¡Saludos!
Por su interés, reproduzco integramente el siguiente texto del profesor Josué Llul disponible en su estupendo y recomendable blog "Arte e iconografía".
Espero que lo leáis y que os vayas aficionando a leer artículos de los temas más variados como historia, arte, política, literatura...
LA CIUDAD Y LA REVOLUCIÓN SOCIAL EN EL SIGLO XIX
Las transformaciones sociales y económicas producidas durante el siglo XIX por la Revolución Industrial afectaron gravemente a las ciudades, que empezaron a desarrollarse a gran escala, tomando la forma de gran urbe o metrópolis capitalista. En la historia mundial del proceso de urbanización este nuevo modelo, denominado «ciudad industrial», se superpone o sustituye drásticamente a las viejas ciudades de herencia medieval, y adquiere una serie de características significativas.
Entre estas características están las actividades económicas secundarias y terciarias, el crecimiento demográfico motivado en gran medida por el éxodo rural, el desarrollo de los transportes, la construcción de numerosas infraestructuras y servicios públicos como el alumbrado, el agua corriente y el alcantarillado, la intervención de las instituciones políticas en la ordenación urbanística, la aplicación de reformas para modernizar la morfología y las funciones de la trama urbana preexistente, una nueva zonificación de la ciudad que responde a las distintas necesidades sociales de la burguesía (ensanches) y del proletariado (suburbios fabriles), y finalmente, la consolidación de un estilo de vida netamente urbano, por completo diferente del que se daba en el campo.
Todo esto afecta a la imagen de la ciudad, que se convierte en un tema de enorme interés para la literatura y el arte desde mediados del siglo XIX. Al contrario de que los paisajistas y los pintores topógrafos de la Edad Moderna, que preferían ofrecer visiones panorámicas embellecidas de la ciudad en su conjunto, o de partes muy emblemáticas de la misma, los artistas contemporáneos se preocuparon por retratar visiones de la vida cotidiana. Dependiendo de la corriente artística a la que se adscribieron, estas visiones profundizaron más en los aspectos sociales, en los efectos de la luz artificial, en las innovaciones tecnológicas o en representaciones simbólicas más o menos pesimistas acerca del fenómeno urbano. En este post y en otros sucesivos vamos a repasar algunas obras significativas de cada una de estas corrientes.
Los primeros artistas que se atrevieron a expresar esta nueva imagen de la ciudad fueron los realistas del segundo tercio del siglo XX. Un ejemplo paradigmático, que reproducimos en primer lugar, es el cuadro titulado La revuelta (1860), de Honoré Daumier. Hábil caricaturista, Daumier representa de forma sintética un tumulto callejero ambientado en la revolución de 1848 en París. El paisaje urbano apenas se vislumbra al fondo, siendo en cambio los obreros en huelga los que llenan la mayor parte de la composición, extraordinariamente dinámica, por cierto. Pero los personajes no están retratados con detalle, tienen rostros abocetados y en cierto modo anónimos. Exceptuando el protagonista central, que se destaca por su camisa blanca y por su vehemente gesto con el brazo, todos los demás constituyen un arquetipo social, el de la masa social del proletariado luchando por sus derechos. Resumiendo, obras como ésta proponen una imagen conflictiva de la ciudad y sus gentes, que resulta diametralmente opuesta a la imagen que se había dado en todo el arte anterior. Como consecuencia de ello, la expresión artística debía ser igualmente distinta a la del arte tradicional.
De temática similar es La carga (1902) de Ramón Casas. En ella se muestra la dureza de la represión dirigida por la Guardia Civil contra un grupo de manifestantes en el área industrial de Barcelona. El episodio, ocurrido el 17 de febrero de 1902, es bien conocido porque tuvo lugar en el contexto de una huelga que paralizó por completo la Ciudad Condal. La composición es extremadamente audaz al quedar un gran espacio vacío en el centro del cuadro como consecuencia de la huída de los obreros, que se apelotonan hacia la izquierda. Al fondo se distinguen las fábricas y más atrás el paisaje de la ciudad, presidido por la silueta de la iglesia de Santa María del Mar. Un detalle especialmente dramático es el hombre caído a la derecha del primer plano, que está a punto de ser embestido por el guardia que le persigue a caballo. Aunque el lenguaje es realista, el colorido, la composición y el encuadre, que corta arbitrariamente las figuras de los lados, es de una enorme modernidad. No en vano el autor fue considerado una de las grandes figuras del movimiento modernista catalán, de clara influencia francesa.
Lo más curioso del caso es que esta obra fue premiada con una medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Pintura de 1904, certificando una clara aceptación hacia este tipo de representaciones artísticas de tema social, por parte de las autoridades. El arte una vez más, asumía la función de expresar los problemas de su tiempo.
Lo más curioso del caso es que esta obra fue premiada con una medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Pintura de 1904, certificando una clara aceptación hacia este tipo de representaciones artísticas de tema social, por parte de las autoridades. El arte una vez más, asumía la función de expresar los problemas de su tiempo.
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