Apuntes y comentarios de Historia de España para 2 Curso de Bachillerato escritos por la profesora Ana Galván Romarate-Zabala. Si los utilizas, cita las fuentes.
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martes, 22 de febrero de 2011

Solución Comentario de Texto Alfonso XIII

Este texto es el Manifiesto del Rey Alfonso XIII, publicado en el diario monárquico ABC el 17 de abril del año 1931. Es un documento de carácter político, una especie de testamento vital donde el monarca, que es el autor del texto, se justifica ante su marcha de España pero sin renunciar a sus derechos dinásticos. Alfonso XIII pertenecía a la dinastía de origen francés Borbón, y era hijo póstumo del rey Alfonso XII siendo además abuelo de nuestro actual monarca, Juan Carlos I. Su etapa de reinado coincide con parte del período de la Restauración y de la Dictadura del General Primo de Rivera, ya que subió al trono en el año 1902. Fue un monarca de carácter extrovertido pero demasiado aficionado a intervenir en cuestiones políticas, lo que a la larga propiciaría su caída y el advenimiento de la II República. Recordemos que apoyó sin fisuras el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera en contra del sistema constitucional vigente y que su actuación ante diversos hechos dramáticos de nuestra historia, como sus comentarios a propósito del Desastre de Annual de 1921 no pasaron inadvertidos.

Este manifiesto, que está destinado a la opinión pública española, cabe encuadrarlo en la etapa de gobierno del Almirante Juan Bautista Aznar (febrero-abril 1931), que fue el militar que sustituyó a la “dictablanda” del General Berenguer tras la etapa de Primo de Rivera. Este régimen autoritario se extendió entre los año 1923 hasta abril de 1931, fecha en la que se pondría fin con la proclamación de la II República española. La Dictadura de Primo de Rivera (1923-30) contó con el apoyo del rey Alfonso XIII, de la burguesía -especialmente la catalana-y de los terratenientes, del ejército y de la Iglesia, e incluso de un sector del PSOE (Largo Caballero). Fue una época de paz social, auge económico, espectaculares inversiones públicas, y persecución de los nacionalismos y de los movimientos obreros (anarquistas y comunistas). Pero los “felices años 20” tuvieron un abrupto final con el famoso crash del año 29 que provocaría una grave crisis económica y que iría mermando los apoyos al dictador, propiciando, entre otros factores, su caída y la del propio monarca Alfonso XIII.

Este documento nos da las claves para analizar los motivos que impulsaron al Rey a exiliarse de España en abril de 1931. Así comprobamos el cambio profundo que se estaba produciendo en España, pues en cuestión de horas, pasó de ser una monarquía a una república como ya señalara el Almirante Aznar, al que el rey entregó este manifiesto: “el día 13 España se acostó monárquica y el 14 amaneció republicana”.

En primer lugar, el rey señala cuál es la razón esencial por la cual decide exiliarse: ya no cuenta con el apoyo del pueblo a la vista de las elecciones municipales celebradas el 12 de abril en toda España. Hay que recordar que en número de votos, mayoritariamente en las ciudades ganaron los partidos republicanos, no así en los pueblos, por lo demás, más fácilmente manipulables. El pueblo español interpretó estas elecciones como un plebiscito entre monarquía y república y así el día 14 de abril se proclamó la II República, produciéndose, ese mismo día, el exilio del rey a Francia.

A continuación, el rey justifica su reinado subrayando que siempre sirvió a España, incluso en los momentos más difíciles y aunque reconoce que cometió errores, estima que los realizó sin ninguna “malicia”. De alguna forma el rey está así pidiendo perdón por las equivocaciones que hubiera podido cometer y resaltando que en ningún momento piensa renunciar a sus derechos dinásticos, dando a entender que su marcha es sólo temporal. Nada más lejos de la realidad, el monarca nunca volvería a reinar en nuestro país muriendo en Roma en el exilio en 1941.

Por último, hace hincapié en que ha tomado la decisión de exiliarse para evitar a toda costa que estalle una guerra civil entre los españoles y termina invocando a Dios y pidiendo a los españoles que amen a España tanto como él.

En efecto, con la proclamación de la II República y el exilio del Rey, se inauguró una etapa de nuestra historia llena de euforia y esperanza. Pero pronto junto con las reformas -educativas, del ejército, agrarias-, surgirían graves conflictos –sociales, económicos, ideológicos- que no tardarían en dar al traste con los anhelos de prosperidad de la República, creándose una cada vez más división entre las dos Españas que culminaría con el estallido de la Guerra Civil (1936-39), una guerra para nunca más que causaría miles de muertos, exiliados y represaliados.

En conclusión, este manifiesto es una fuente histórica de primer orden que nos ayuda a interpretar la compleja realidad española de los años 30 y el paso de la monarquía de Alfonso XIII a la II República española (1931-36).


domingo, 20 de febrero de 2011

Nuevo libro del hispanista Stanley G. Payne


El prestigioso hispanista Stanley G. Payne acaba de publicar una muy recomendable obra llamada "La Europa revolucionaria" donde realiza una síntesis de historia comparada europea. Excelente el apartado dedicado a la Guerra Civil española.
Enlazo la crítica del profesor Ricardo García Cárcel sobre este libro.

viernes, 18 de febrero de 2011

La curiosa historia del voto femenino en España


Extractos de la estupenda web: http://www.almendron.com/historia/contemporanea/sufragismo/sufragismo_3.htm

El Gobierno provisional, en un decreto de 8 de mayo de 1931, concedió el voto a todos los hombres mayores de veintitrés años y declaró que las mujeres y los curas podían ser elegidos para ser diputados. En las elecciones celebradas en junio de aquel año fueron elegidas dos mujeres diputadas, Clara Campoamor (Partido Radical) y Victoria Kent (Izquierda Republicana): dos mujeres de un total de 465 diputados. A finales de aquel mismo año otra mujer diputada, Margarita Nelken (Partido Socialista), ingresó en las Cortes. De las tres, Clara Campoamor, abogada, fue la más asidua defensora de los derechos de la mujer y desempeñó un papel importante en el debate acerca del sufragio femenino.

(…)

El anteproyecto sólo había dado el voto a la mujer soltera y a la viuda, propuesta que defendió A. Ossorio Gallardo sobre la curiosa base que, hasta que los maridos estuviesen preparados para la vida política, el sufragio femenino podía ser una fuente de discordia doméstica. En general, sin embargo, la oposición a conceder el voto a la mujer, casada o soltera, estaba basada en el temor a que no estuviese todavía lo suficientemente independizada de la Iglesia y su voto fuese en su mayor parte derechista, poniendo así en peligro la existencia misma de la República. Aunque Jiménez de Asúa compartía dicho temor, pensaba que la conveniencia política no debía justificar que se negase un derecho legítimo que sería utilizado juiciosamente por aquellas mujeres económicamente independientes y conscientes de sus responsabilidades sociales. Otros estaban estaban menos dispuestos a aceptar el riesgo. Los republicanos de izquierda, radicales y radicales-socialistas fueron los que más se opusieron. Los radical-socialistas presentaron una enmienda el 1 de septiembre de 1931 para restringir los derechos electorales exclusivamente a los hombres. Al día siguiente, el doctor Novoa Santos proporcionó argumentos biológicos para dar fuerza a los argumentos de conveniencia política: a la mujer no la dominaban la reflexión y el espíritu crítico, se dejaba llevar siempre de la emoción, de todo aquello que hablaba a sus sentimientos; el histerismo no era una simple enfermedad, sino la propia estructura de la mujer. El 30 de septiembre, cuando se volvió a discutir la cuestión, se echó mano del ridículo para complementar a la biología. Hilario Ayuso entretuvo a la concurrencia con un discurso trivial en defensa de una enmienda de Acción Republicana que proponía que les fuesen concedidos los mismos derechos electorales a los hombres mayores de veintitrés años y a las mujeres mayores de cuarenta y cinco, basándose en que la mujer era deficiente en voluntad y en inteligencia hasta cumplir dicha edad. Al entrar en el Congreso le salieron al paso las mujeres de la ANME, que estuvieron presentes en todos los debates y distribuyeron octavillas entre los diputados conminándoles a apoyar el sufragio femenino. Los radicales propusieron una enmienda con el fin de que se omitiera la palabra mismos en el artículo que rezaba: Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes. Guerra del Río, defensor de la moción, arguyó que tal modificación permitiría a las Cortes conceder el voto a la mujer en una ley lectoral que podría ser revocada si la mujer votaba por los partidos reaccionarios. La enmienda fue rechazada (153 en contra, 93 a favor), pero los radicales y radical-socialistas que habían votado sin someterse a la disciplina de partido pronto se arrepintieron, y El Heraldo (1 de octubre de 1931) recogía los rumores de un intento de última hora de pactar con los socialistas: Probablemente se satisfará el deseo de los socialistas de conceder el voto masculino desde los veintiún años y, a cambio de eso, se condicionará el voto a la mujer. Los socialistas rechazaron el pacto y el debate continuó al día siguiente. El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragismo femenino y de que Victoria Kent se opusiera provocó muchas burlas. Azaña describió la sesión como muy divertida. Informaciones (1 de octubre de 1931) comentaba dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo, y La Voz (2 de octubre de 1931) preguntaba medio en broma medio en serio: ¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?. En el debate del día 1 de octubre de 1931, Victoria Kent propuso que se aplazara la concesión del voto a la mujer; no era, decía, una cuestión de la capacidad de la mujer, sino de oportunidad para la República. El momento oportuno sería al cabo de algunos años, cuando las mujeres pudiesen apreciar los beneficios que les ofrecía la República. Clara Campoamor replicaba diciendo que la mujer había demostrado sentido de la responsabilidad social, que el índice de analfabetos era mayor en los hombres que en las mujeres y que sólo aquellos que creyesen que las mujeres no eran seres humanos podían negarles la igualdad de derechos con los hombres. Advirtió a los diputados de las consecuencias de defraudar las esperanzas que las mujeres habían puesto en la República: No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la Dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza está en el comunismo. Guerra del Río aplaudió los sentimientos expresados por Clara Campaomor, quien, según él, servía de portavoz de lo que siempre fue, es y será mañana ideal del Partido Republicano Radical: la igualdad absoluta de derechos para ambos sexos. Sin embargo, siguió diciendo, los radicales pensaban que era prematura la inmediata concesión del voto a la mujer, y por tanto votarían en contra. Ovejero, en nombre de los socialistas, dijo que, aunque sabían que existía la posibilidad de perder escaños en las próximas elecciones, eso no tenía importancia comparado con la educación política de la mujer española; querían el sufragio femenino para llamar a la conciencia de la mujer y convertirla en cooperadora eficaz del resurgimiento español. Cuando el artículo 34 - que establecía la equiparación de derechos electorales para los ciudadanos de uno y otro sexo mayores de veintitrés años - fue finalmente aprobado por 161 votos a favor y 121 en contra, se produjo un clamor: La concesión del voto a las mujeres, acordada ayer por la Cámara, determinó un escándalo formidable, que continuó luego en los pasillos. Las opiniones eran contradictorias. El banco azul fue casi asaltado por grupos de diputados que discutían con los ministros y daban pruebas de gran exaltación. (La Voz, 2 de octubre de 1931). Votaron a favor: el Partido Socialista (con alguna sonada excepción como la de Indalecio Prieto), la derecha y pequeños núcleos republicanos (catalanes, progresistas y Agrupación al servicio de la República); en contra, Acción Republicana, y los radical-socialistas y radical (con la excepción de Clara Campoamor y otros cuatro diputados).
Indalecio Prieto, quien había intentado persuadir a sus compañeros socialistas de votar en contra del artículo o abstenerse de votar, gritó que aquello era una puñalada trapera para la República. Los radical-socialistas declararon que ya no harían más concesiones en la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el estado y amenazaron con no dejar un cura vivo en España. Una táctica que Marañón describió como una confesión de cobardía y de falta de autoridad en los políticos de izquierda sobre sus mujeres e hijas (El Heraldo, 2 de octubre de 1931). Como si se quisiese asegurarse de que no faltara ningún elemento de la farsa grotesca en este esperpento de la vida real, El Sol (2 de octubre de 1931) informaba así de la aprobación del artículo 34: La galantería logró un triunfo indiscutible. Virtud española que perdura, para bien del "qué dirán", pese a ciertos jacobinismos que nos sacuden. Pase lo que pase - hay quien asegura otro 14 de abril al revés - resultará lindo que los poetas del futuro canten en sonetos a este 1931, en que los hijos de España se jugaron a cara y cruz un régimen por gusto de sus mujeres. El triunfo del 1 de octubre, sin embargo, no fue definitivo. En la sesión del 1 de diciembre, Peñalba (Acción Republicana) propuso una enmienda que permitiría a las mujeres votar en las elecciones municipales, pero no en las nacionales hasta que los ayuntamientos se hubiesen renovado por completo. Si la enmienda hubiese prosperado, las mujeres se habrían quedado todavía sin voto en 1936. El último intento se produjo en diciembre de 1932 cuando el gobierno anunció su intención de convocar elecciones parciales para cubrir las vacantes en Cortes. Finalmente, las elecciones parciales no llegaron a producirse.
Las primeras elecciones en las que participaron las mujeres fueron las de 1933, e inevitablemente se les echó la culpa de la victoria de la derecha. Era, sin embargo, una conclusión superficial. Aún aceptando que una parte del electorado femenino hubiera podido influir en el resultado favorable a las derechas de los comicios del 33, si se sumaban todos los votos de izquierda emitidos en esas elecciones todavía superaban a los de los conservadores. Se trataba sobre todo de un problema de estrategia y unidad, como se encargaría de demostrar las elecciones de febrero de 1936 con el triunfo del Frente Popular.
En todo caso, las tesis sufragistas acababan de anotarse un triunfo en España. La concesión del voto, como la del divorcio, fueron logros de la mujer en el periodo republicano, pero logros tan efímeros como el propio régimen que los había posibilitado. La Guerra Civil y el nuevo Estado impuesto tras la victoria de las fuerzas franquistas el 1 de abril de 1939 darían al traste con todo lo conseguido. Habría que esperar al cierre de ese largo paréntesis de 40 años para que las mujeres recuperaran el punto de partida que significó la conquista del voto en 1931.


Clara Campoamor, visionaria e imprescindible, síntesis de la tercera España

Reproduzco integramente por su interés, este articulo de José Carlos Rodríguez sobre Clara Campoamor:

UNA VOZ HONESTA POR CASI TODOS SILENCIADA

Clara Campoamor, republicana y liberal

Por José Carlos Rodríguez

Clara Campoamor.
Republicana, liberal y feminista. Las tres cosas fue honestamente Clara Campoamor, por una u otra causa silenciada o deformada por la izquierda y la derecha. Hay, de todas formas, muchas más razones para leer su notable testimonio La revolución española vista por una republicana
La Campoamor saludó con ardor la llegada de la II República, en la que había puesto sus esperanzas para la modernización y el progreso de España. Pero no se limitó a ser espectadora de los acontecimientos. Mujer hecha a sí misma, se convirtió en una jurista de prestigio, primero, y en una eficaz política, después, que lograría nada menos que el voto femenino en España, frente a una numerosa oposición de izquierda y derecha. Andando el tiempo dedicará a tal acontecimiento un libro irónicamente titulado Mi pecado mortal.

Sabemos cómo acabó aquella República. Para Campoamor, se trató de un fracaso de los españoles y una inmensa oportunidad perdida. Ella, en cambio, no quiso perder la suya de escribir un dictamen netamente republicano y liberal sobre tal periodo. Ese dictamen es este libro, La revolución española vista por una republicana, que escribió entre octubre y noviembre de 1936, es decir, en plena guerra. Ahora bien, no es otro libro de memorias de guerra, sino un análisis político de primer orden.

Campoamor lo escribió en francés, y Luis Español lo ha traducido a nuestro idioma y publicado en una edición "ampliada y revisada". He aquí el fruto de largas reflexiones, de una escritura apresurada y no exenta de errores. Español complementa el texto con numerosas notas en las que aporta información precisa y pertinente, en ocasiones para refrendar o redondear las afirmaciones de la autora y en otras para señalar que doña Clara ha cometido tal o cual error.

Nuestros lectores apreciarán, a buen seguro, este texto. No es ya, como señala Español en la introducción, que Campoamor insista en entender 1934 como "antecedente directo" de 1936, con lo que coincide en su análisis con "las exitosas obras de Pío Moa en los últimos años": es que su veredicto está cargado de juicios a la vez honestos, severos y, algunos de ellos, visionarios.

Campoamor nos advierte de que ya desde mayo se habían impuesto en Madrid "definitivamente" los métodos anarquistas, y que la situación era "caótica": "Los obreros comían en los hoteles, restaurantes y cafés" de balde, y "las mujeres de los trabajadores hacían sus compras en los ultramarinos sin pagarlas, por la buena razón de que les acompañaba un tiarrón con un elocuente revólver". Otro trazo de aquel Madrid ya casi revolucionario nos lo dan "las cinco o seis bombas de dinamita que cada día los huelguistas colocaban en edificios en construcción".

Los republicanos, los mismos que se las daban de custodios exclusivos del régimen, fueron cediendo el Estado a las izquierdas más extremas. Las consecuencias de todo ello no se le escapaban a doña Clara: Azaña, con quien es muy crítica, les facilitó "la introducción pacífica de la dictadura del proletariado". Y afirma: "Si ese era el acontecimiento a que los sublevados querían adelantarse, su preocupación no carecía de fundamento y esa idea de adelantarse a la revolución comunista se hace más clara".

Clara Campoamor.El deslizamiento del poder desde los republicanos a la extrema izquierda sólo podía acabar de un modo: "Se vislumbra con demasiada claridad que el triunfo del Gobierno no será el triunfo de un régimen democrático", sino el triunfo de los "extremistas"; con dos únicos resultados posibles: "Se disputarían el poder y la gloria de instaurar en el país regímenes opuestos: el comunismo bolchevique o el libertarianismo anarquista".

Campoamor sabía del carácter heterogéneo de los dos bandos en lucha. Por eso era inmune a la propaganda del suyo: "¿Fascismo contra democracia? No, la cuestión no es tan sencilla, [pues] hay al menos tantos elementos liberales entre los alzados como anti demócratas en el bando gubernamental". Por lo que se refiere a los alzados, sólo ve factible un régimen "lo suficientemente fuerte como para imponerse a todos, y [ese régimen] sólo puede ser una dictadura militar".

La descomposición de la República –verá en la entrega de armas a los milicianos el punto sin retorno– tiene su manifestación más clara en el terror: "Desde los primeros días de lucha, un indecible terror reinaba en Madrid, [donde] pasear a todo sospechoso o todo enemigo personal se convirtió en el apasionado deporte de los milicianos de retaguardia". A resultas de todo ello, "el Gobierno hallaba todos los días sesenta, ochenta o cien muertos tumbados en los alrededores de la ciudad"; y se podría hablar de más de 10.000 ciudadanos "asesinados durante tres meses, y sólo en la capital". Todo ello, antes de Paracuellos.

¿Y qué hacían las autoridades ante esos trágicos acontecimientos? "Pareciera que los consideraban con indiferencia e incluso que cerraban los ojos, convencidos de que aquella depuración podía mostrarse útil y necesaria para la seguridad interior". Recalca que pudieron haber empleado a la Guardia Civil para reprimir a los milicianos que ejecutaban a ciudadanos, pero no quisieron.

El terror respondía, al menos para algunos, a una estrategia totalitaria, según se desprende del hecho de que –afirma Campoamor– "estas ejecuciones se llevaron a cabo con la ayuda de unas listas preparadas de antemano"; listas repletas de "sacerdotes, frailes y religiosas, los miembros de Falange Española, los de Acción Popular, los del Partido Agrario y luego los miembros del Partido Radical".

Campoamor no ahorra críticas a la derecha. Especialmente certera es la que le dedica por el modo en que condujo la respuesta al golpe de estado que dio la izquierda en 1934:
¡Tres únicas condenas oficiales! ¡Gran clemencia! Pero, a cambio, miles de prisioneros, centenares de muertos, de torturados, de lisiados. ¡Execrable crueldad! He ahí el balance de una represión que si hubiese sido severa pero legal, justa y limpia en sus métodos, habría causado mucho menos daño al país.
Una derecha más liberal y menos inculta que la que tenemos podría haber hecho de Clara Campoamor un referente histórico. Quizá sea bueno que no lo haya hecho, si, como señala Español, doña Clara fue una genuina representante de la "tercera España".

En cualquier caso, el ejemplo y los juicios de Clara Campoamor están tan vigentes hoy como lo estuvieron ayer.


CLARA CAMPOAMOR: LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA VISTA POR UNA REPUBLICANA. Renacimiento (Sevilla), 2009 (3ª ed.), 257 páginas.

jueves, 17 de febrero de 2011

COMENTARIO DE TEXTO MANIFIESTO DE ALFONSO XIII

TEXTO MANIFIESTO DE ALFONSO XIII

AL PAÍS:
He aquí el texto del documento que el Rey entregó al presidente del último Consejo de ministros, capitán general Aznar:
Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir á España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra Patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia. Soy el Rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio á ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa. Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos. También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.
ABC. Madrid, 17de abril de 1931.